Otros exilios

Julio Fernández-Sanguino Fernández



El exilio no es exclusivo de los republicanos españoles ni generado únicamente por cuestiones políticas. Ricote, antiguo vecino de Sancho, representa en la inmortal obra de Cervantes a uno de los tantos exiliados que ha habido en España.

Los moriscos, al igual que los judíos, fueron otros exiliados, pero no todos salieron. Los que se quedaron debieron sufrir el penoso exilio interior, plegándose ante una religión que, basada también en un ser Supremo, les hacía abandonar  por la fuerza sus… ¿convicciones?

Como los hijos de los republicanos españoles, que cantaron todos los días, oscuros y tenebrosos, de cara al sol con el brazo levantado y la cabeza agachada.

Conversos, dícese de los musulmanes y judíos convertidos al cristianismo. Palabra derivada de convertir y que toma este significado específico y que hubiera podido tener algún otro si los esfuerzos y guerras de gobernantes hubieran ido encaminados a convertir a los malos en buenos, dejando en paz a las almas.

Y también conversos del franquismo. Hijos y nietos de republicanos fusilados, presos, depurados, exiliados, … que esconden su pasado en armarios con lunas en el exterior donde se reflejan los otros y tinieblas en un interior sin sol, esperando que el tiempo y el silencio les hagan pasar por castellanos viejos.

Judíos, moriscos y cristianos, algunos santos y glorias de nuestras letras, que sufrieron igualmente los infiernos de la Inquisición, ayer y hoy.

Pero también legiones de voluntariosos que se exiliaron voluntariamente en lejanos países, predicando su sentida fe y consagrando su vida para ayudar a otros, ayer y hoy.

Otra vez la Historia se repite, como otras tantas veces, y, ante las difíciles situaciones políticas y económicas en países de América del Sur, muchos españoles exiliados tuvieron que expatriarse nuevamente, en España.

Un doble exilio.

Volvieron algunos de los que se fueron, pero regresaron a un país desconocido, que no era el que idealizaban, y para sus hijos, que tenían como patria el pueblo que les acogió, fue todavía más desconcertante.

Cuando el hijo de un médico republicano exiliado volvió, se encontró con un extraño lugar que no reconocía. Había salido de España con ocho años, otros venían por primera vez, y los recuerdos eran escasos y particulares; además, las cosas a esa edad se ven más grandes y sublimes. La realidad rara vez suele coincidir con los deseos de uno o con lo que te cuentan otros.

A lo anterior, hay que añadir las dificultades que todo exiliado debe afrontar en su nueva etapa, tanto de tipo económico como afectivas, que le hacen deambular por los senderos de la desorientación y del recelo.

Una vez en España, su recuerdo se fijaba en una ciudad argentina donde se desarrollaron los actos más elementales, pero que son los que cimentan a las personas, como crecer, el primer beso, jugar al fútbol, el amor, un hijo,…

En Argentina se acordaba de España; cuando volvió, añoraba el que había sido su país y ahora el recuerdo era su patria.

Cuando me hablaba, recordé a Machado:

Una cosa es el recuerdo
y otra cosa recordar.

El exilio siempre es duro, aunque sea para regresar a tu primer país, en este caso la madre patria, y ya se había radicado en una ciudad de Argentina, como indicaron en un reciente homenaje. Decía con ironía: No volví, nos volvieron.

La distancia diluye los problemas y el tiempo aviva la añoranza, pero crean incertidumbre ante el final. Recobrando el hilo conductor de nuestra inmortal obra, se puede observar como Sancho Panza se lamentaba al verse angustiado en los abismos de un pozo: «Otra vez digo: ¡miserables de nosotros, que no ha querido nuestra corta suerte que muriésemos en nuestra patria y entre los nuestros, donde ya que no hallara remedio nuestra desgracia, no faltara quien dello se doliera y en la hora última de nuestro pensamiento nos cerrara los ojos!» [i].

El exilio siempre es duro, pero para muchos fue la posibilidad de una nueva vida, incluso mejor, o, simplemente, seguir viviendo con dignidad, «dejando al tiempo que haga de las suyas, que él es el mejor médico destas y otras mayores enfermedades»[ii].

Sin embargo, otros habían tenido menos suerte. Como los exiliados en la nación que hizo gala de fraternidad, igualdad y legalidad y que hacinó en barracones a los gladiadores de la libertad. No obstante, los republicanos españoles, como buenos Quijotes, no pagaron con la misma moneda y fueron los primeros en entrar en una París liberada con la cabeza muy alta y con el brazo en el corazón, no extendido, blindados contra el nazismo con nombres de ciudades españolas, entre ellas Guernica.

De caballeros condecorados pasaron a sucios extranjeros, aunque dicho en francés que parece más fino, y muchos tuvieron que volver exiliar su dignidad en estados hispanoamericanos para convertirse en españoles muertos de hambre, lo que espoleó a algunos a marcharse a otros países llamados hermanos para intentar esquivar su eterna vigilia, convirtiéndose en gallegos. Mucho tiempo, y cuando pudieron regresar los españoles les llamaban sudamericanos.

El hijo del republicano exiliado revelaba que su padre trabajaba en Argentina, pero seguía viviendo en su Ávila. Sin embargo, una gran mayoría silenciada malvivió en una España partida, dividida más que nunca, empobrecida, aunque se anunciaba grande, y sometida e inculta, no obstante divulgada libre.

A los que vivieron en alejados países y a los que sufrieron vejaciones en el suyo hay que añadir a los que tuvieron que morar desaparecidos en su patria.

Cervantes señala al respecto: «la despareció su padre de nuestros ojos y la llevó a encerrar en un monasterio…, esperando que el tiempo gaste alguna parte de la mala opinión en que su hija se puso», con el sentido de que la hizo desaparecer, con valor factitivo[iii].

Cuarenta años. Republicanos de Catacumbas señalaba el sacerdote Régulo Martínez[iv].

Muchos, demasiados, sin olvidar a los que cariñosamente Rafael Morales llamaba desterrados, como los leprosos, los ciegos, los tristes, los abandonados y los idiotas, y también los que recuerdan:

Recordar es volver, es ser ya otro,
aquel que se ha perdido, que se ha muerto.

Evocaciones y olvidos en el último exilio, como en las residencias de ancianos. Restos de infancia, nos regala Joaquín Benito de Lucas, que llegan como quien vuelve de un exilio en el tiempo…

Y al final, sólo recuerdos, estos días azules y este sol de la infancia, en las Últimas soledades del poeta Antonio Machado.

No sólo los republicanos vivieron mal, los vencedores también. Se hizo una guerra donde perdieron todos, aunque bien es cierto que unos más que otros.

Fueron tiempos difíciles, a pesar de que el lema oficialista ofrecía una España grande y en paz. No se debe hablar de incompetencias en el Régimen, pues gobernaban con lo mejor que tenían, pero faltaba la savia de los muertos, presos, apartados y exiliados, demasiados para que el árbol quemado por la guerra pudiera florecer.

Y otra vez el exilio…

El del hambre, como tradicionalmente ha ocurrido en este país sin que los tradicionalistas lo hayan remediado, y legiones de haraposos con maletas atadas con cuerdas salieron de España por toda Europa a reconquistar un salario que los vencedores no pudieron ofrecer, salvando a un Régimen que no le importaba vender tierra virgen a cambio de leche en polvo norteamericana para que la madre patria pudiera amantar a sus famélicos hijos.

El de la tristeza, que despobló pueblos donde los que se decían salvadores se enseñoreaban sin ser señores por calles que recordaban victorias, aunque los lugareños seguían llamándolas del agua, del pan, de la libertad,…

El de la vergüenza, que sufrieron las mujeres e hijas de honestos republicanos que pasearon por las plazas de sus pueblos con las cabezas rapadas y que se tuvieron que exiliar como blancos fantasmas en otros lugares, dejando sus pocas pertenencias a la rapiña de los negros verdugos, que se tendrían que esconder ante el llanto de viudas y huérfanos.

… Y el refugio en grandes ciudades, donde floreció otro exilio en mugrientos barrios.

Para las mujeres españolas, los conservadores de viejas costumbres que se autoproclamaron en plena autarquía portadores de las virtudes nacionales reservaron otro exilio, aunque de forma generosa y sin hacer distinciones: el de las cocinas.

Margarita Salas expuso en televisión en marzo del 2007 que no quiso aceptar el cruel retroceso que la dictadura supuso en la emancipación de las mujeres. Su padre, un reconocido psiquiatra, tuvo que sufrir el exilio interior y la marginación profesional. Durante la Guerra Civil fue el subdirector de un importante hospital psiquiátrico en Madrid y no permitió que se tocasen a las monjas, su comportamiento y su profesionalidad no se tuvieron en  cuenta y por ser familiar de un republicano fue desterrado a Gijón, al igual otros muchos profesionales españoles en ese silenciado exilio interior.

Margarita describió, con la dulzura de una flor, el exilio de la investigación en España; en su caso, aunque voluntario, necesario. Primero, el exilio exterior, en otro país, recién acabada la carrera para poder iniciar su actividad investigadora; posteriormente, el exilio interior, en una isla, tan pequeña como las moléculas que investigaba, dentro del tenebroso e inculto océano nacional cuando regresó a este nuestro país.

En el año 1967 aun no existían en España ayudas del Gobierno para realizar investigación, pudimos iniciar el trabajo en España gracias a una ayuda de Estados Unidos que conseguimos con el apoyo de Severo Ochoa. Quien, como otros muchos, tuvo que florecer lejos de su tierra, calcinada por una cruel e innecesaria guerra  en la que sólo crecían cardos y espinas.

Pasados treinta años de de un alzamiento militar, al que denominaban glorioso, no había fondos para la investigación.

Se puede decir que investigar en aquella época en España era llorar, sobre todo si la que investigaba era una mujer.

Al inicio de los años setenta, ayer, aunque algunos lo justifiquen diciendo que era el siglo pasado.

La ciencia española en el exilio (1939-1989), escribiría Francisco Giral, y otros como el de la cultura y el del patrimonio, que está vivo aunque sea histórico, San Baudelio.

Y el de la lectura. Leer a escondidas, incluso obras que los vencedores incluían propagandísticamente como gloria nacional. Al igual que hoy mismo cuando empleados tienen que hojear algún periódico de este país en despachos cerrados o en el vater para que el jefe no les recrimine o adoctrine.

Sin embargo, quienes sufrieron las peores consecuencias del drama nacional, aunque todavía algunos se empeñan en ofrecernos una farsa, fueron las esposas e hijos de los exiliados interiores.

El exilio desmembró a las familias, como el potro había desgarrado las extremidades de los torturados.

El lema oficialista clamaba por unas mujeres que debían estar en casa para ser buenas madres y diligentes esposas. Con ellas se hizo una excepción, teniendo que pudieran trabajar hasta la extenuación, ocupar un puesto como el de los hombres y mantener una familia, solas sin caricias ni consuelos. Sacrificadas, que no esclavas.

Algunas se exiliaron con hijos pequeñitos que se tuvieron que quedar en España y no los pudieron volver a ver hasta la llamada Democracia, ya creciditos; pero sin perder el buen humor, como José Luis Coll.

Los hijos, no comprendían nada: el doloroso silencio, por qué siendo su padre mejor que otros no ocupaba el puesto que le correspondía, por qué ellos no podían estudiar si eran mejores que otros que malgastaban los años en eternas carreras, por qué sus padres eran viejos y estaban amargados, por qué el tío Paco tiznado de Rey Mago no les traía juguetes, por qué no podían ser monaguillos, por qué …

Otra generación perdida.

¿Será verdad?

Carlos Álvarez en Otra lección de Historia nos sugiere:

que olvidarán también en el futuro
mis hijos y tus hijos si se encuentran
en la cervecería, sin memoria.

¿Será verdad?



[Publicado originalmente en Julio Fernández-Sanguino Fernández. Los exilios de don Quijote. Cap. IV. Luarna, edición digital, 2010. Rescatado aquí por cortesía del autor].



[i] Miguel de Cervantes. Don Quijote de la Mancha. Edición del Instituto Cervantes, 1605-2005, dirigida por Francisco Rico. Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2004. p. 1177.

[ii] Ibid. p. 777.

[iii] Ibid. p. 635.

[iv] Martínez, Régulo. Republicanos de catacumbas. Ed. 99, 1977.

Deja un comentario