Niños

Lidia Campo Almorox

Payasos, por Paloma Sánchez«Todos los días, la mamá de María la llevaba al parque para que jugase un rato fuera de casa. Sus muñecas no eran la última moda, pero no la importaba. Pensaba un poco diferente de las demás niñas de cinco años. «¿Qué era eso de cambiar a la Barbie de vestido cada dos por tres?». A María le horrorizaban los leotardos. Eran incomodísimos porque siempre se le resbalaban; y así era muy difícil trepar por los barrotes del parque. Sus muñecas eran distintas a ella: espigadas, pelo largo y rubio, pies chiquititos y muchas tetas. Su madre decía que no estaban proporcionadas. Pero María estaba segura de que, a pesar de no parecerse casi, tampoco les gustaban los leotardos.

Aquella tarde fue un poco diferente. Hacía más calor que otras veces (en clase, la profe había dicho que acababa de entrar la primavera). Vio a Carlitos en la otra punta del parque y sonrió.

Pero había algo raro. Algo que no cuadraba. Carlitos iba hacia ella, eso estaba claro; pero no dejaba de mirar al suelo. Según se acercaba, se fijó en que su chaqueta no estaba llena de manchas, como siempre; en que iba todo repeinado (¡se había echado la gomina de su hermano!) y en que llevaba algo en la mano.

—Te he traído esto —Carlitos se la tendió—. Es una margarita.

—¡Hala! ¡Muchas gracias! —sonrió María—. ¿Y esto?

Cuando su papá le regalaba algo a su mamá era porque antes habían discutido. Pero a ella no le había pasado nada con su mejor amigo.

—Mmm… bueno, yo… quería pedirte que fueras mi novia.

Ella se quedó pensativa.

—¿Y qué hacen los novios?

—Yo he visto que los mayores están mucho tiempo juntos, se dan la mano y besos en la boca. Pero a mí lo de los besos me da mucho asco.

—Yo he visto que mis papás se acuestan juntos y dan saltos en la cama.

—Eso mola más.

A María le gustaba la idea, pero le parecía que ser novios era algo más que brincar juntos por la noche.

—¿Y qué más hacen los novios? —preguntó picaronamente, sabiendo de antemano la respuesta.

—Pues no sé.

—Yo sí —sonrió la niña—. Podrías cuidarme el columpio en el recreo, que nunca consigo llegar la primera a cogerlo, y tú corres mucho…

Carlitos soltó una carcajada.

—¡Trato hecho! —y lo sellaron con un buen apretón de manos.

María se puso la flor detrás de la oreja, sujetándola con la diadema y gritó:

—¡Tonto el último!

Y echó a correr.»

*  *  *

—¡Vaya mierda de guión! Es que no sé ni para qué os pago. ¡Esto es una cursilada! La gente ni quiere ver a dos pitufos con una florecita ni chorradas por el estilo. ¿Es que no veis que lo que triunfa ahora es el Gran Hermano ese y la Generación Ni-Ni? El público quiere ver sexo, drogas, nuevas tecnologías…

—Pero, hombre, jefe, ¡que los chavales tienen cinco años!

—Pues los subís un poquito la edad y ya está. Mira, hacedme algo que pueda sacar por un canal de televisión decente, y no por el Disney Channel.

*  *  *

La Fanny llegaba tarde otra vez. Para variar. Bueno, la verdad, daba un poco igual; a los tíos, cuanto más les haces esperar, mejor. El brillo de labios, ¿rosa claro o rosa palo? Aún no podía entender cómo la Jessie no los distinguía. Con catorce años ya no eran unas crías.

La había jorobado mucho lo que había soltado la Cris esa mañana en clase. Al día siguiente la partiría la boca. «¡Ayyy! La puta plancha otra vez… Si encima no te deja el flequillo perfecto, va y te quema. ¡Hay que joderse!»

Antes de salir era imprescindible una parada en el ordenador. «¡Será cerda la tía, que va y me desadmite del Facebook! La bruja esta se va a enterar; ¡yo la pienso desadmitir del Messenger!»

El Jose llevaba ya tiempo esperando en el banco del parque. Mientras se colocaba las Ray-ban pensaba en los consejos que le había dado Fer: «A ver tío, las pivas como ésta se dejan hacer todo lo que quieras, no te preocupes. Además, por si acaso, siempre llevan señalizadotes.» «¿Señalizadores de qué?», se extrañó Jose. «Pues de dónde quieren que les metas la mano», soltó el otro con toda la naturalidad del mundo. «Mira, si quiere que vayas a las tetas, se pondrá un bueeen escoteee… (los gestos que Fer hacía con las manos lo decía todo); y si quiere que vayas al culo, se pondrá los pantalones más ajustados que tenga, para que no puedas meter la mano en el bolsillo y…¡tengas que ir más abajo!». Los dos habían estallado en carcajadas en aquel momento. Pero ahora estaba intranquilo. Se imaginaba de todo, cuando vio aparecer a la Fanny por la otra punta del parque. Tragó saliva y se rascó el paquete, tratando de disimular su nerviosismo, mientras ella se acercaba.

—Buenas, dos besos.

El escote que llevaba era… prominente; vamos, que se la veía todo. Y los pantalones… ufff. ¿Cómo se había podido meter eso en el cuerpo, si debían de ser un par de tallas menos que la suya? Y no veas qué cortos… Para eso, Fer no le había dado instrucciones… Empezó a sudar. Se acercó a ella, despacio, y fue colocando las manos en posición: frente a las respectivas domingas, ya con la forma hecha y todo.

—¡¡¡Pero qué coño haces!!! (¡Plas! —sonó. Ostia al canto). La Fanny de repente era Super Sayan o la Masa—. ¡Eres un cerdo! ¡No tienes ni idea de cómo entrarle a una chica! ¡Mamarracho!

Jose se apartó para que la tempestad no cayese nuevamente sobre él.

—¿Pero qué he hecho? ¿No habíamos quedado para enrollarnos? —se atrevió a decir con lo que le restaba de orgullo.

—¡Ya! —dijo la otra muy molesta—, ¡y tú te crees que eso se hace así sin más? Primero se le invita a la chica al cine y se la deja elegir película; luego a cenar, por ejemplo, en el Macdonalds, y a un helado. Y luego, si ella quiere, os podéis enrollar. ¿O es que crees que una se deja manosear por cualquiera así porque sí?

*  *  *

—¿Pero qué chapuza me habéis traído ahora? ¡Qué cantidad de ordinarieces!

—Si llama la atención y… es lo que usted quería.

—¡Yo NUNCA he dicho que quería a una niña haciendo casi de prostituta y a un crío subordinado completamente a una mujer! Además, me parece un poco largo.

Cuando Marta salió del despacho resopló. «Este se va a enterar».

*  *  *

Un niño de ocho años salió del colegio a la hora de la comida. Cruzó la calle y entró en el portal de su casa. Subió corriendo las escaleras para contarle a su padre la buena nueva. Muy contento, dejó la mochila a un lado y cerró la puerta.

—¿Qué tal el cole, hijo? —preguntó su padre desde el sofá, con un periódico en la mano.

—¡Genial! —respondió el pequeño, entusiasmado—. Le he tirado a Sandra arena a la cara y se le ha metido en los ojos y en la boca y ella se ha puesto a insultarme y a llamarme de todo.

Su padre giró la cabeza y le miró con extrañeza. El otro le seguía mirando con una sonrisa de oreja a oreja.

—¿A que la tengo loquita?

Texto de Lidia Campo
Ilustración original de
Paloma Sánchez


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