Estar enfermo

Pablo López Carballo

Hay muchas formas de llegar a la literatura pero sin duda una de las más provechosas es la enfermedad, esa especie de desequilibrio orgánico que encuentra su bálsamo en el mismo lugar donde se origina el conflicto. ¿Cómo escribir? ¿por qué? ¿para quién? Son preguntas a las que suelen acompañar respuestas estúpidas pero que, en su libro Estar enfermo, Luna Miguel contesta de la mejor manera posible: bajo la concepción de la literatura como disposición patológica del sujeto, que rompe con la armonía del mundo. Así, en las tres secciones que componen el poemario: «Síntomas», «Río Ouse» y «La musa enferma», se recurre a la presencia de diferentes estados corporales-sentimentales, asociados a la enfermedad, que sirven de correlato a las ideas poéticas desarrolladas. Una unión que permite derribar desde el comienzo, y para seguir con la lectura, las tradicionales dicotomías entre el cuerpo y el alma, lo sensible y lo conceptual, la materia y el espíritu.

Hace tiempo que la lectura está viéndose abochornada por políticas culturales insustanciales y mentalidades vacuas que le atribuyen categorías inservibles provenientes, bien de una absurda elevación de la misma, o bien de la absoluta banalización de ésta. Es en este estado en el que habría que ubicar la obra iniciada por esta escritora almeriense, quien toma a la lectura y la escritura como cierto estado enfermizo, sin remilgos ni casquería, que trastoca la percepción habitual de las cosas.

De este modo, su propuesta supone una irrupción violenta en el campo de la representación-acción poética, con descaro y sin ingenuidad —rasgo que caracteriza a no pocos poetas jóvenes y no tan jóvenes—, que además conecta con una amplia tradición literaria, que ha entendido la poesía como una alteración del orden instaurado sobre lo real. En este sentido, resulta imprescindible el recorrido trazado por el poeta y filósofo Alberto Santamaría en su El poema envenenado, donde se muestran y transitan las huellas de esta concepción de lo literario como virus que se rebela contra el statu quo.

En Estar enfermo esta violencia lingüística se materializa en versos que logran conectar, aun sin perder su autonomía, el poema con el mundo, generando con ello un conflicto que invita a la reflexión:

El poema (sin movimiento).

El poema es una mano que piensa.

Pieza única.

Así, y gracias a esta tensión constructiva entre el ser y el estar, se desenvuelve otro de los nudos claves de este poemario: la búsqueda de cierto posicionamiento del sujeto poético —éste que permanentemente observa el afuera, explorando todo lo que ocurre a su alrededor— con respecto a la tradicional noción de testigo. Se contraponen, de esta manera, dos modos de entender la actividad poética, esto es, una pasiva, contemplativa y otra, activa y creativa:

DOCUMENT

así esperas

las cosas lentas

de nuestra ciudad

mientras

el viento

muerde mis manos

Por eso, en este modo vírico de estar en el mundo y en la poesía asistimos al proceso de búsqueda de la voz en el poema, de su propia formación y evolución. Y todo ello, sin que éste sea experimentado como trauma, o como peso insoportable con el que cargar. Tampoco se vive con ansiedad y, ni mucho menos, con la incertidumbre que provoca el ir dando palos de ciego, sino que, por el contrario, surge de manera casi ilativa, como consecuencia lógica de ese cuestionamiento elaborado por el sujeto poético y de su bagaje literario.

Decir que en sus poemas no sobra nada parece algo obvio, una constante que encontraríamos en todos los libros de poemas, pero desgraciadamente esto no suele ser así, y menos todavía, cuando hablamos de primeros libros. Las líneas de este libro tienden a la desaparición, el poema se ve reducido a lo más básico, llegando con ello, incluso, a intuirse el corte premeditado. Estos bordes son uno de los grandes aciertos del poemario, sobre todo si se parte del hecho de que estamos ante una escritura en desarrollo, que se piensa sin prisas y con la certeza de la búsqueda. Destaca, por ello, la evolución entusiasta de la escritura, la formación literaria —necesaria e imprescindible— de los versos y un trabajo estético que merece ser disfrutado en su lectura. A través de Virginia Woolf, se recuerda que el “estar enfermo” sería otra forma de percepción del mundo, del mismo modo que, la percepción poética es otra forma de relacionarse con lo real, que alimentaría eso que podríamos nominar como conocimiento poético.

Luna Miguel logra no sólo delimitar lo poético, sino jugar con sus límites y barreras de manera constante y consciente. En este sentido, la oscilación entre la creación de una voz y la pérdida del habla no puede pasar desapercibida. Este rasgo pendular, y característica fundamental de la sociedad actual, ofrece la misma posibilidad de tensión creativa y motor generador de conflicto vital-poético. El problema es que lo habitual, el consenso,  acaba por adoptarse como voz común, y que ésta a su vez es utilizada como propia. Y es aquí donde la joven poeta sobresale, desechando este convencional desvío, y se ratifica como escritora en conflicto permanente con el lenguaje:

sin nada que doliera

los dioses

decidieron cortarnos

la garganta

Desde ahí se revela su poesía. En este sentido, la elección del último poema no es casual, como nada de lo anterior lo era. Con claros ecos foucaultianos, nos deja la síntesis de todo lo planteado en su poemario: la autonomía y el conflicto del lenguaje, la creación del poema y la voz, la exploración, en definitiva y por encima de todo: Leer, escribir, vivir: Estar enfermo.

Les choses et les poèmes

No estoy hablando del objeto

del día

minuto

no te hablo del momento

del espacio

de mis manos

mira los aviones

comprende qué te digo

todo es verde

no queda poema.

(Publicado inicialmente en Afterpost el 10 de abril de 2010.
Rescatado aquí por cortesía del autor).

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