Gesto


UN PEQUEÑO GESTO, UNA GRAN SONRISA



Esclava de un sentimiento que la atormenta y que la ahoga cada vez más, la pequeña Emily no quiere vivir más. En los ojos de todo el mundo ve la tristeza y la pena y la compasión cuando la miran. Sus ojos se llenan de lágrimas y, perdida en la oscuridad, llora en silencio.

Muchos fueron los días que quiso volver a nacer, detener el tiempo en los instantes felices o simplemente volver a ver a sus padres reír junto a ella. Pero los días pasan y ella y sus seres  queridos se marchitan entre cuatro paredes blancas y un insoportable pitido que imita el corazón de la pequeña niña.

Un día, un niño pequeño, de unos 6 años, se acercó a ella y con dulzura pasó su mano por la cabeza de Emily. Con una sonrisa la miró a los ojos.

—Toma esto es para ti, porque he visto que estás triste —el niño le tendió un gorro de lana de color azul cielo y muy mal tejido—. Lo he hecho en el cole para ti.

Emily sonrió y con cariño aceptó el gorro del pequeño y luego ella cogió otro gorro que tenía en la mesilla y se lo colocó en la cabeza calva del otro niño.

—Yo lo compré, pero si tú me das el tuyo yo te daré el mío —ambos niños sonrieron y se abrazaron cariñosamente.

Cuando el niño se fue, Emily agarró el gorro que le había dado el pequeño y, sin ser consciente del todo, esbozó una sonrisa. Entonces  supo que no debía rendirse y que por muy duro que sea el camino siempre hay luces que brillan para volver a sonreír.

Paloma Sánchez

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