El final

Irene Martín Herrera

La mañana nació soleada. Hacía tiempo que las cosas habían cambiado; ya no había lobos a los que temer por las noches, ni maestros que guardaran secretos. Hacía años que todo eso había desaparecido, ahora ella era el ama de la torre y dominaba perfectamente la magia; dominio que veinte años atrás nunca habría soñado alcanzar, pero, aun así, le faltaba algo…él. Al volver a pensar en sus gestos, en su pelo, en sus palabras se ruborizó y odió no haber aprovechado los años que había pasado con él, años que le dedicó a sus libros, a su formación como maga. Pero… ¿de qué servía ahora las lamentaciones? Ya no estaba. Sabía cual era la forma más rápida de llegar a él, hasta su amigo, hasta su único amor en la vida; pero no podía hacerlo. Tenía una labor, y no podía dejar a Fenris y a Martita ya que habían dado su vida por ella y se habían convertido en una familia…

Dana miraba por la ventana mientras todos estos pensamientos le rondaban por la cabeza. Observaba el valle de los lobos y el lago… el lago… donde inevitablemente fijó su mirada. Un recuerdo le vino a la mente, a pesar de sus esfuerzos por retenerlo, consiguió hacerse hueco en sus pensamientos; recordó aquella noche en la que se reencontró con él, después de haberse dedicado un largo tiempo a sus estudios. Estaba tan guapo, y alto. Recodaba sus ojos azules, ojos que se quedaron clavados en ella…

Entonces, abrumada por el recuerdo, retiró la cabeza de la ventana y se colocó de espaldas a ella. No podía pensar en el pasado, no quería, solo conseguiría hacerse daño, por lo que guardó sus emociones; como había hecho ya tantos años.

Estuvo vuelta unos minutos, hasta que consiguió reducir la fuerza con la que esas ideas la golpeaban. Decidió que la mejor idea sería ir a la biblioteca, lo que con los años se había convertido en la mejor solución para el dolor.

En su camino por los pasillos Dana se detuvo enfrente de un gran espejo en el que nunca antes había considerado como algo de vital interés, pero en esos momentos sintió un impulso a mirar su reflejo en él. Había crecido. Ya no era, ni mucho menos, la niña que fue… Sí, seguía siendo joven, pero todo lo demás había cambiado. Su cuerpo seguía siendo atractivo a los ojos de cualquier hombre, pero… había algo en ella que desde hacía veinte años atrás echaba de menos en su rostro… De repente cayó en la cuenta, su mirada…ya no tenía ese brillo y…sus labios hacía ya años que no mostraban signos de sonrisa. ¿Tanto había cambiado? Se preguntó mientras acercaba casi hechizada la mano al cristal. Otra punzada de dolor recorrió su cuerpo, los recuerdos volvieron a su cabeza… ¡NO! se dijo a sí misma y retomó su dirección en un paso rápido, más rápido, hasta que acabó corriendo por los pasillos, sin más perseguidor que ella misma.

Antes de llegar a su destino, intentó componerse. Sabía que Fenris se encontraría dentro de la biblioteca y no quería preocuparle con sus problemas, que, a su juicio, poca utilidad tenían. Y en una cosa no se equivocaba, Fenris se encontraba dentro sumido en uno de los miles de libros de magia que con los años habían acumulado polvo.

Dana siguió su procedimiento habitual, entró, ojeó unas estanterías para elegir un libro y posteriormente resguardarse en él. Pero para su propia sorpresa no encontraba ningún libro que diera con lo que ella estaba buscando, hasta que en el fondo de la estantería, detrás de un viejo tomo de cómo encontrar grillos chillones, descubrió un pequeño libro.

Durante sus años en la torre Dana no había visto nada igual, no tenía nada inscrito en sus portadas y estaba revestido con cuero de color oscuro, casi negruzco. Pronto sus dudas se disiparon y escogió ese libro como la salida que estaba buscando, convirtiéndolo en su objeto de estudio. Al sentarse en la mesa y abrirlo no podía creer lo que veía, no había nada escrito en él. Su curiosidad aumentó e intentó varios conjuros para ver si el escritor de tan extraña obra había querido ocultar en un pasado algún mensaje oculto en él, pero… nada. Tras siete intentos con diversos conjuros lo dio por perdido, aun así su curiosidad no la dejaba apartarse de aquel inquietante objeto.

Fenris, que había estado observando aquella escena, se acercó con una media sonrisa en la cara. Dana la conocía bien, él sabía qué era y esa sonrisa era la que siempre usaba cuando estaba a punto de demostrar su sabiduría ante su ignorancia sobre algún tema. Pero Dana estaba demasiado interesada como para sacar su ego y realmente no imaginaba lo que ese libro podía contener o cuál era su utilidad, por lo que se dejó hacer.

Una vez a su lado Fenris estrechó su mano y con un simple gesto de muñeca despegó el cuero que revestía el revés de la carátula del libro descubriendo una inscripción bajo esta. Dana tomó aire y esperó la vacilación del elfo, pero Fenris se dio la vuelta y salió de la biblioteca. Este hecho la dejó desconcertada pero ahora no podía resistirse a leer lo que Fenris había puesto delante de sus ojos. Era un pequeño fragmento de una canción escrita en la lengua antigua de los duendes de la arena del tiempo. Por suerte Dana conocía bien esta lengua y sobre un papel que tenía a mano escribió su traducción:

Bajo la luna ves pasar las horas
pero hace ya tiempo que solo imploras
por que vuelva lo que un día tuviste
y sin darte cuenta perdiste.

Piensa bien en cómo quieres jugar las cartas,
porque de tu juego acabarás harta.

Si te mientes, corres el riesgo de creértelo.
Y si eso pasa, ¿hasta cuando podrás sostenerlo?

El futuro te queda por crear,
tú eliges como será.
No siempre puedes escapar,
pero eso ya lo sabes, ¿verdad?

Dana se quedó blanca, fría, ¿quién había escrito esto? ¿Cómo sabían todo eso si Dana siempre evitaba el tema? Después de estar unos minutos quieta, sin saber cómo reaccionar, una voz habló detrás de su espalda.»Es un libro que te muestra tus pensamientos más profundos, lo que te altera. Yo al ver esas líneas no puedo leer lo mismo que tú lees, yo tengo mi propios miedos, mis cosas que ocultar y para mí esas líneas reflejan todo ello. El antiguo amo de la torre quería destruirlo por el tormento que este libro le suponía, pero yo lo escondí, sabía que podía servirle de ayuda a la gente. Su función es la misma que la de un diario. Fácil, ¿no?; escribes tus preocupaciones, tus miedos, tus pensamientos y solo tú podrás leerlos. Por eso el libro está para ti en blanco, aunque que tú no hayas escrito nada en él no significa que otros no lo hayan hecho. Él solía escribir en él.»

La tez de Dana volvió poco a poco a su color normal, aunque ya había identificado esa voz como la de Fenris, necesitaba verle su cara. Fenris no mostraba ningún tipo de emoción, ni siquiera estaba mirándola a ella. Tenía la vista clavada en el librillo. Antes de que Dana pudiera decir nada Fenris se dio la vuelta y volvió a salir de la biblioteca, pero esta vez Dana sabía que no iba a volver en horas.

Miles de preguntas golpeaban a Dana …¿él? ¿A quién se refería con él? No sería a…¡No, no podía ser!…o sí… Dana tenía miles de dudas. Posiblemente el libro tenía una especie de registro o algo parecido… quizás si hubiera escrito quedaría señalado en algún lado, pero… ¿cómo descubrirlo?

A Dana se le hizo de noche más rápidamente de lo que ella quería. Necesitaba tiempo, no quería dormir, no podía dormir. Entonces fue en ese preciso instante cuando lo vio claro,¡la canción! Bajo la luna ves pasar las horas… los duendes de las arenas del tiempo solo salen los días en los que la luna se ve como tal, redonda, llena.

Dana no pensó más. Ensilló a luna estrella aprovechando que esa noche la luna estaba más redonda de lo que en años la había visto. Cabalgó durante cuatro horas hasta llegar a la zona más sur del bosque. En esa zona unos montículos de arena formaban algo parecido a dunas.

Al llegar miles de lucecitas amarillas brillaban a la vez que se movían agitadas de duna en duna. Al sentir una presencia todas las luces desaparecieron haciendo que Dana se quedara sola en medio de la noche.

Ella no sabía qué hacer, pero una especie de impulso le hizo sacar el librillo de uno de los bolsillos de su capa. Al mostrar el libro poco a poco las pequeñas luces volvieron a aparecer y, entre todas ellas, dos se acercaban poco a poco hasta situarse a dos centímetros de Dana. Esas luces provenían del destello que la luna ejercía sobre los ojillos de esos seres, seres que como pudo apreciar, por el ejemplar que tenía delante, apenas superaban los 25 centímetros de altura. Su cara era dulce aunque su expresión era muy seria.

El pequeño personaje extendió la mano haciendo así petición del libro. Dana no sabía si debía entregárselo, pero no tenía nada que perder por hacerlo, esa criatura era la única que podía decirle algo acerca de aquel artilugio. Así pues se lo dio y, nada más tocarlo, la cara de aquel duende cambió de expresión. En menos de cinco segundos mostró miles de emociones en su cara hasta que únicamente reflejó una emoción, la misma que Dana había visto en aquel espejo del pasillo… la pena. Únicamente pena que había sido causada por haber tirado su vida, por no haber estado con quien de verdad quería, por haber vivido huyendo de sí misma. Dana al verlo en la cara de aquella criatura se dio cuenta de que no podía seguir viviendo así, había visto lo que su propio reflejo no le había dejado ver, lo que todos la estaban viendo desde hacia veinte años, una Dana que hacía ya tiempo había dejado de vivir…

El duende entonces abrió el cuaderno y le mostró una página. Dana reconoció esa letra, era la de Kai, la de su amado, la de la persona que nunca se había conseguido quitar de su mente. Era una carta, una carta que escribió al verse que llegaba la fecha en la que tenía que desaparecer; en esa carta le desvelaba todos sus sentimientos a Dana y relataba cada uno de los momentos que había vivido con ella a su lado desde que la conoció, destacando los momentos mas significativos para él y los hechos que habían creado en él el amor que sentía hacia la que había sido en un pasado su mejor amiga, la que rápidamente se convirtió en su única razón de seguir vagando por el mundo que ya una vez dejó como hombre.

Cuando Dana levantó la vista del libro no había nadie. Se volvía a encontrar sola en medio de la noche. Lloraba, pero esta vez no de pena, sino de felicidad, ya sabía lo que debía hacer. Sin pensárselo dos veces cogió el libro y con una de las hojas que estaban fabricadas de un material tan duro como el marfil y tan cortante como una daga atravesó sus muñecas, dejando así que la sangre brotara de ella, dando un punto y final a la muerte agonizante a la que se había sometido durante veinte años, desde el momento en que todo dejó de tener sentido. Ahora podían estar juntos… por fin juntos…

Irene Martín Herrera

Deja un comentario