EN EL SILENCIO DE LA TARDE
AQUÍ, en el silencio de la cansina y rendida tarde;
aquí, sin memoria y sin signos,
solos ante espejo trémulo de claridades,
no digas nada, no preguntes nada.
Aquí tú y yo abandonados a la nítida quietud.
Piedra:fría es la eternidad compartida,
mas, cómo encontrarte cuando se te nombra,
aunque lo eterno dure sólo un instante.
Es necesario dar al fin con la palabra precisa
y ya no detendrá el amor su carrera,
y nada podrá la muerte poderosa;
los objetos indecisos recobrarán
sus formas familiares, y el viento
los secretos apellidos de las horas.
Reconciliaremos formas, colores, perfumes
y, en la arrogancia de lo inconcluso,
se ofrecerá desnuda la nívea textura.
(Presencia indebida, 1999)
y ver si al fin
encarcela el poema
la rosa negra
te instalaste
en primavera nueva
como el gorrión
a la alborada
secretas confidencias
trajo la lluvia
de vez en cuando
el fantasma de tinta
aún me desvela
reservado el
derecho de admisión
para el insomnio
(Hojas volanderas, 2008)
POÉTICA
Es común entre los poetas una cierta resistencia a la teoría, pero la poesía no puede dejar de definir y redefinir su territorio. W.H. Auden afirmaba que el designio de la poesía moderna es hablar en voz baja, en un tono confidencial, de las cosas que preocupan a los individuos corrientes.
En cuanto a escribir poesía, empecé tarde y lo hago muy lentamente y al filo del silencio. Siempre he preferido la lectura. Borges afirmó estar más orgulloso de lo que había leído que de lo que había escrito. Como casi siempre, Borges tenía razón. A la hora de escribir intento, ante todo, huir de la vieja y vana retórica o de la mera versificación y encontrar el equilibrio entre el pensamiento (conocimiento) y el sentimiento, entre la intimidad y la realidad. La poesía revela este mundo y crea otro, escribió Octavio Paz, y sigo estando de acuerdo con esa frase.
Entre mis poetas de cabecera han estado los clásicos españoles, los hermanos Machado, Juan Ramón Jiménez y el 27, sobre todo Cernuda y, también Neruda, Vallejo, Huidobro, Pizarnik, etc. Después me sedujeron la obra de José Hierro y los poetas de la nómina del 50, como Claudio Rodríguez, Gil de Biedma, Ángel González o Brines y también la herencia de los novísimos y otras generaciones o promociones más jóvenes.
Más tarde he frecuentado otras tradiciones y otras voces, como las de los simbolistas franceses, las de Hölderlin, Rilke, Pessoa, Kavafis, Pavese, Eliot, Dickinson, Char…
Pero yo quizá no sería yo sin Borges, sin Paz, sin Valente, sin Paul Celan o sin el descubrimiento de la poesía oriental, del poema breve y del poeta e investigador Shiki.
Sin embargo, lo importante son siempre los poemas, no los poetas.
La tarea del poeta, lo dice muy certeramente Aurora Luque en un haiku suyo, es «Como la hormiga / perforando los límites / de su hoja». Los poemas que he escrito son casi todos un intento de entender mejor el mundo y a mí mismo, pues, en el fondo el poema somos nosotros. He pretendido que mis versos, con la palabra justa y común, se pregunten por el poema, por el mundo, por los sentimientos universales, por la palabra o el silencio.
Por supuesto, esto no son más que teorías y buenas intenciones porque en las poéticas uno corre el riesgo de describir aquello que le gustaría hacer y, ya se sabe que uno no escribe sobre lo que quiere sino sobre lo que puede.
Atilano Sevillano (Argusino de Sayago, Zamora, 1954), doctor en Filología Hispánica, ha cursado estudios de Filosofía y Letras en Salamanca, Filología Hispánica en la Universidad Central de Barcelona y Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Universidad de Valladolid. Es profesor de Lengua Castellana y Literatura en un centro de secundaria de Valladolid. Es miembro de la Academia Iberoamericana de Poesía (Capítulo de Barcelona). Ha publicado los poemarios Presencia indebida (1999) y Hojas volanderas (2008).