José Antonio Llera

EL SÍNDROME DE DIÓGENES

Acumulamos palabras sencillas que nadie entiende para calentarnos los pies que nos talaron. ¿En qué cubitera sin fondo vierto las ropas quemadas, el alcohol de las retinas?

(Ramón Gómez de la Serna padecía el síndrome, pero fue perdonado por los jerarcas con la excusa de que era un artista).

Nos ayudamos de palas para cargar fotografías añejas, medallones, mandamientos decapitados, los víveres del difunto, los trajes medicinales de la novia. También el diccionario reúne palabras como un bien preciado. Alguien nos llevará a algún edificio de renta antigua y nos lavaremos en grandes tinajas con agua muy jabonosa.

Reparad en el suicida que lleva al contenedor las horas angulosas de la filatelia y el mendigo que hurga en la basura. Sus caminos se cruzan. Tal vez si se mirasen un segundo nadie se iría con el corazón en vela, todos comprenderían al fin la zoología del despojo, disimulada como la culpa de los confesionarios.

(Acumuló libros y le llamaron sabio. Acumuló obras de misericordia y le llamaron pío).

Llenaré los cajones con los pañuelos sucios, la lágrima que rechina, los espejos que no aguantaron la desnudez de un cuerpo y donaron su azogue a las pistolas, las voces roncas, la adarga de los humildes, verdades silicóticas, delaciones.

(Ella le dijo: «Estoy enamorada de lo falso, de la madera astillada de tu sangre. Por eso te abro la puerta y me entrego a ti sin escrúpulos, como una baratija»).

Las empresas que recogen muebles gratuitamente, el adolescente que sube un sillón de la basura al quinto y lo mancha de esperma. Sólo nos conmueve lo que no aspira a la permanencia: el verde desconchado de las rejas, el mosto derramado por las viudas.

¿Quién conoce un lugar más público que la basura?

***

CANCIÓN PARA UNA DEPENDIENTA

El tacto de la lycra te hace pensar en la muerte
y el olor del dinero en la gasolina
con que quisieras prender fuego a los probadores.
Las gargantas giran como aspas,
los dientes rechinan en el nailon,
los escaparates encogen tus sienes, que se mezclan
con la viruta y el cansancio.
Ojos que omiten cifras,
bultos, códigos, colonias, las responsabilidades del amor, desodorantes.
El pasado es sólo una etiqueta que frotas con alcohol de quemar.
Tu madre te teñía los zapatos y alguien se desmaya
en los altos hornos del local donde arden las cenizas
de todas las revoluciones.
Ha venido a verte una pareja de japoneses
y con sus cámaras instantáneas
detienen el tiempo para ti.
Una lluvia fina sobre las perchas: te extrañas de tanta sangre.
Uñas de charol falso se clavan en la ropa,
que es -tú lo sabes- mudanza apaleada.
Hay cielos incoloros en los tubos de la ventilación
por donde chorrean monedas, teléfonos, el ajedrez de la insidia.
(¿Quién ha sembrado sal a los pies de los maniquíes?).
No, no he venido a salvarte
porque mi piel respira, como la tuya, la nicotina del comercio.

***

Jose A. Llera: Foto Antonio CabreraJosé Antonio Llera (Badajoz, 1971) es Doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Extremadura. Su rigurosa y aguda labor investigadora ha cristalizado en numerosos artículos en las más prestigiosas revistas culturales y en libros como El humor verbal y visual en La Codorniz (CSIC, 2003), El humor en la obra de Julio Camba (Biblioteca Nueva, 2004), Los poemas de cementerio de Luis Cernuda (Devenir, 2006), Epistolario selecto de Fuenterrabía (1928-1977), edición de 52 cartas inéditas de Miguel Mihura (Renacimiento, 2007) y una antología de los artículos de Wenceslao Fernández Flórez (Diputación de Pontevedra, 2009).

Además de esa sobresaliente faceta crítica, Llera cultiva la creación poética sin apresuramiento y con extraordinaria finura. La Editora Regional de Extremadura ha publicado sus dos primeros poemarios: Preludio a la inmersión (1999) y El monólogo de Homero (2007). Por cortesía del autor, incluimos aquí estos dos poemas de su libro inédito El síndrome de Diógenes.

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