Luis Alberto de Cuenca

 

LA CÓMPLICE DEL CRIMEN

En el Libro de Oro de la escuela
donde estudiaba Carlos Baudelaire
figuraba esta frase lapidaria:
«El amor es un crimen en que tienes
que contar por lo menos con un cómplice».
Pues claro que lo es. Sin duda alguna,
el amor es un crimen. Otras cosas
lo son también y pueblan las leyendas
doradas y las actas de los mártires,
de manera que no resulta raro
tildar de crimen al amor. Lo grande
es lo segundo, lo que atañe al cómplice.
Desde pequeño supe que la vida
no tenía otro objeto que la búsqueda
de un ser que completara lo que falta
y que perfeccionase lo imperfecto;
de un ser con el que urdir estratagemas
para olvidar la muerte y el vacío
que nos agobian, y para engañar
la sed, el hambre, el frío, la fatiga
que cercan nuestra mísera existencia
con espejismos como la ternura,
con fuegos fatuos como el del deseo.
Desde pequeño supe que el amor
nos conduce hacia arriba, como Gretchen
a Faust, y que ese cómplice divino
al que se refería Baudelaire
te ayuda a separar la paja inane
del valioso grano, a distinguir
el bien del mal, lo hermoso de lo feo,
a superar los múltiples obstáculos
del vivir cotidiano y a triunfar,
aun a costa de pérdidas muy serias,
sobre enemigos tan cualificados
como los celos, la deslealtad,
el silencio, la duda, la mentira,
la intransigencia y el aburrimiento. 

Te amé desde el principio. Siempre supe
que te amaría, reina de mis sueños.
Te amaré hasta el cartel que ponga Fin.
Y aquí estás, a mi lado, con los ojos
entornados y el alma a flor de labio,
cómplice hasta el final de nuestro crimen.

 

 [Inédito. Madrid, 19 de julio de 2003].

 

 El reloj de Tintín de Luis Alberto de Cuenca (Madrid, 1950) señala la hora de la línea clara. Sobre todo desde La caja de plata (1985, Premio de la Crítica ), sus versos se han convertido en modelo de poesía en la que dominio técnico, inteligencia y sensibilidad están al servicio de la claridad. Este profundo conocedor de la cultura grecolatina y los tebeos, de la poesía trovadoresca y el cine ha decidido, como repite uno de sus espléndidos poemas, abrir todas las puertas. Ha sido Director del Instituto de Filología del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Director de la Biblioteca Nacional y Secretario de Estado de Cultura. Pero una de las puertas que ha abierto más importantes para nosotros es la de la poesía que atrapa a todo el mundo, especialmente a quienes no están habituados a su lectura.

Para acceder al conjunto de su obra poética la publicación más completa es Los mundos y los días (Madrid, Visor, 1998), donde tan sólo no está incluido su libro más reciente, Sin miedo ni esperanza (Madrid, Visor, 2002).

 

Publicado en La sombra del membrillo, número 1, diciembre de 2003.


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