LECCIÓN NUNCA APRENDIDA
«Aprender a morir no es cosa fácil»
(Antonio González-Guerrero)
Nunca se aprende que la muerte ajena
es, en el fondo, nuestra propia muerte.
No es fácil aceptar que el mundo sea
tan solo un terraplén de despedidas.
Uno no aprende nunca
a ver su propio muerto en el espejo,
y sin embargo, a veces,
va dejando jirones de carne entre las zarzas
de algún poema, o va dejando escrita
su sangre y su memoria
con música de lentos pentagramas de junio,
con tinta de Amalures y agria luz de cerezos;
y a veces uno ni siquiera sabe
que era su propia tumba lo que andaba buscando
en turbias Malasañas sin amor ni Catulos
o en países de nieve.
No comprendemos nunca
que es nuestro propio muerto
quien se pasea a nuestro lado
y quien de nuestra sombra se alimenta y crece.
No es una cosa fácil
aprender la lección más sencilla del mundo,
porque a morir se aprende
solamente muriendo.
Pedro A. González Moreno ha acreditado sobradamente su olfato de sabio narrador (Los puentes rotos Madrid, Calambur, 2007; IX Premio «Río Manzanares»; el libro de viajes Más allá de la llanura, Ciudad Real, B.A.M., 2009) y de sólido poeta: Señales de ceniza (premio «Joaquín Benito de Lucas»), Talavera, Col. Melibea, 1986; Pentagrama para escribir silencios, (accésit del Adonáis), Madrid, Rialp, 1987; El desván sumergido (premio «Francisco de Quevedo»), Madrid, Libertarias, 1999; Calendario de sombras (premio «Tiflos»), Madrid, Visor, 2005; La erosión y sus formas (1986-2006), antología, Madrid, Vitruvio, 2007; Anaqueles sin dueño (premio “Alfons el Magnànim”, Madrid, Hiperión, 2010). Sólido poeta que, en medio de la efervescencia actual de tanta publicación efímera, lima con la paciencia del artesano sus creaciones, de permanente aliento elegíaco e instaladas en lo esencial.