Aitor Herzog

A las cinco y media, ¿no?
Sí, a las cinco y media en el bar de la esquina.
Vale, adiós.
Esta fue la conversación que David y yo tuvimos por el messenger para quedar y luego ir a dar una vuelta.
A las 5:35 llegué yo y allí estaba él esperándome.

Fuimos a la calle principal a dar una vuelta y a ver si veíamos chicas ya que estábamos muy necesitados.
Cuando íbamos por el ayuntamiento le dije que me esperara en el banco ya que yo iba a mear a la esquina.
Cuando volví él ya no estaba. Decidí esperarle un rato, pensé que se había encontrado con algún amigo o quizás había encontrado alguna chica.

Cuando pasaron 15 minutos me empecé a preocupar y di una vuelta a la manzana a ver si le encontraba, pero no fue así. Le llame al móvil pero lo tenía apagado.
Al llegar la noche, me fui a mi casa muy preocupado sin saber dónde se encontraba David.

Cuando me conecté al messenger, vi que estaba conectado y le hablé.
Que pasa, David, tío, ¿dónde has estado?
Me he ido, me encontraba mal.
Haberme avisado, que estaba preocupado.
Lo siento se disculpó.
Te noto raro, tío, David, ¿qué te pasa?
Nada, en serio, estoy bien, solo me encuentro un poco mal.
Ponme la webcam, anda, que me aburro.
No me funciona, tío.
Y así se acabo la conversación. Yo le notaba muy extraño, y como sé bastante de ordenadores, le mandé una serie de virus, le vi por la webcam sin que él se diera cuenta.

¡DIOOOOOOOS MÍOOOOOOO! –grité.
Me encontré a David rodeado de una especie de cerebros flotantes en una nave espacial.

La primera idea que se me vino a la cabeza fue llamar a la policía, pero si lo hacía David podría correr peligro. Así que decidí hablarle para averiguar alguna pista de donde se encontraba.

¿Qué haces? Porque yo me aburro más…
Nada, ver la tele.
-Oye, ¿seguro que estás bien?
-Sí, tío, déjameme dijo enfadado.

Yo, como ya he mencionado antes, sé bastante de ordenadores, así que averigüé desde dónde estaba escribiendo David.

A los diez minutos encontré la respuesta, estaban en el polígono industrial.

¡Voy a buscarte! le dije sin pensármelo, y apagué el ordenador sin darle tiempo a contestarme.

Yo sabía que era una misión de alto riesgo, por lo tanto, tenía que llevar el equipaje necesario para estas ocasiones.

Me preparé una mochila con un bocadillo, por si la misión se alargaba, una cuerda, un megáfono que tenía un spray anti-violadores, y un cuchillo jamonero por si la cosa se ponía difícil.

Desaté la bici del porche, y salí lo mas rápido que pude hacia el polígono.

Según mis cálculos, estaría allí en unos quince minutos, así que tenía que darme prisa.
Cuando llegué al polígono, todo parecía tranquilo. La niebla abundaba y los búhos ululaban en aquel tenebroso lugar. Tenía un poco de frío y miedo, pero todo era por salvar a David.

Empecé a buscar el lugar más parecido a lo que había podido observar durante los pocos segundos que pude ver la webcam de David.

Tras varios minutos buscando, oí unos susurros en una fábrica justo cuando pasaba por enfrente de ella.

Me acerqué y allí estaban. Esos »bichos raros» estaban rodeando a David, que estaba tumbado en una camilla, y le estaban haciendo como una especie de lavado de cerebro para saber sus pensamientos y guardárselos.

Pensé en entrar corriendo, pero me di cuenta que si entraba tan rápido y de forma violenta, los cerebros me secuestrarían y me harían lo mismo que le estaban haciendo a David.

No tenía mucho tiempo, debía pensar algún plan para distraer a los cerebros flotantes y entrar a recuperar a David.

Se me ocurrió la idea de poner un vídeo que hicimos una vez haciendo el tonto con el móvil y activar el megáfono para que se oyera en alto, así los »bichos raros» saldrían a por los supuestos niños a secuestrarlos y yo entraría y me llevaría a David.

Recé un Padre Nuestro para que todo saliera bien.

Puse el vídeo al máximo volumen y activé el megáfono. Yo mientras me escondí en unos arbustos esperando a que salieran los cerebros, pero mi plan falló. Esperé dos minutos, pero de la fábrica no salía nadie.

¡MIERDA!grité enfadado.
Se me olvidaba que los cerebros no tenían oídos y no escuchaban nada.

No aguantaba más, cogí el móvil y el megáfono del suelo, y saqué el cuchillo y el spray.
Con decisión entré corriendo en la fábrica dispuesto a cortar a los cerebros por la mitad. Nada más entrar distinguí cuatro figuras flotantes y vi que una se aproximaba a por mí. Cogí el cuchillo y le corté por la mitad.

Al ver que yo iba armado, los tres cerebros restantes sacaron sus espadas láser y vinieron a por mí.

Lancé un grito y vi que, al gritar, ellos se resintieron, como si los gritos les afectaran, pero ellos seguían con paso firme hacia mí.

Pasados unos segundos volví a gritar con más fuerza aún y los cerebros se volvieron a resentir, como si una aguja estuviera clavándose en su enorme cabeza.

En unas décimas de segundo se me ocurrió sacar el megáfono.

Cuando los cerebros estaban a aproximadamente un metro de mí pegué el grito más grande que haya pegado nunca con el megáfono encendido.

Al instante del grito, los cerebros explotaron.
¡ESTABA VIVO!, pero también pringado por los asquerosos restos de esos seres repugnantes. Fui corriendo a por David y le quité los cables que tenía pegados al pecho.

Él estaba casi desmayado, así que tuve que llevarle en la bici hasta la puerta de su casa mientras él estaba más dormido que despierto.

Cuando llegamos a la puerta de su casa, estaba ya más espabilado.
Oye, muchas gracias por salvarme la vida.
De nada, David, tío, para eso estoy. Me has dado un susto muy grande.
¿David? ¿Quién es David? ¿Dónde estoy? ¿Quién eres?

Aitor Herzog Rebollo (4º A)

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